Estamos en víspera de una jornada de ilusión, de un sueño que, con ribetes dorados, anida en los corazones de hombres y mujeres que depositan sus anhelos en esas canicas numeradas que salen del bombo merced al capricho de un azar sometido, no es de extrañar, al escudriñamiento, a teorías matemáticas de cálculo de probabilidades para desentrañar los arcanos de la diosa Fortuna que en esa suerte anidan.
Los premios a repartir no son mocos de pavo, una cantidad inmensamente más jugosa que las 7.500 pesetas que se daban en los años mozos de mis abuelos -que alcanzaban para comprar tanto casa como coche en el mismo lote dinerario- cuando al precio de una "rubia" de la época compraban el boleto en juego.
Los españoles apostamos a la Lotería Nacional por lo sustancial del dinero que puede tocar y además por el compromiso y el detalle de comprar participaciones a peñas, asociaciones, clubes de fútbol, ampas de colegios e institutos, comercios, bares, cafeterías, restaurantes, cofradías y demás colectivos movidos a recaudar para cubrir gastos, fines varios de alcance solidario y benéfico los más o por el deseo humano de traer la dicha a asociados, amigos, clientes y similar paisanaje.
Estamos ante un impulso de echar a la lotería que, antes y ahora, responde a deseo, ilusión pero también a sacrosanta tradición, hábito este que aparece con los crudos fríos del general invierno, las salves de aguilando, los belenes, las tiendas y grandes superficies a rebosar de engalanada fiebre consumista,...
Sueños a raudales, proyectos de futuro, planes, propósitos de un mañana mejor, ansias de escalar de posición económico-social-familiar, ganas de tapar agujeros en la contabilidad doméstica,..., todo eso es lo que conlleva acercarse a las administraciones de lotería que tengamos a la mano para tentar la más grande, extraordinaria y famosa cantidad sorteada en todo el año y pensada para hacer a la gente rica o sacarla del umbral de la pobreza -hay que distinguir con este matiz-.
Esta peculiar ruleta de bombo y papel fraccionado en décimas y milésimas partes de maná pecuniario es de cuna romana y dicen los eruditos murcianos que a la España cristiana la trajo el rey Alfonso X El Sabio allá por el siglo XIII. Sería otro monarca, esta vez del linaje de los Borbones, Carlos III, el que en 1764 le daría la forma y regulación normativa actual, una modalidad de enriquecimiento, de política redistributiva de riqueza de la que raro es el ciudadano que no participe de la tentadora apuesta.
Me contaba mi abuelo paterno que en sus años de noviazgo y cortejo, en los años treinta del pasado siglo, el sorteo se emitía por las ondas de Radio Murcia, en su primitiva frecuencia EAJ-17, y los periódicos del momento, "La Verdad", "El Liberal", "El Tiempo" y "Levante Agrario", cubrían las puertas de sus redacciones -sitas en la Plaza de los Apóstoles, Calle Jara Carrillo, Plaza de Martínez Tornel y Calle Granero, respectivamente, de la capital del Segura- con cartelones de tela blanca estampados de la lista de números premiados y las pesetas que correspondía a cada uno de ellos.
Ya sólo queda deciros que tengáis suerte con un bombo a reventar de bolas que se entrechocan cual música anticipatoria de la Navidad.
Fuentes consultadas:
- Archivo Municipal de Murcia
- www.loterofilia.es